Su hijo vivió pocos días, pero les transformó: «No cambiaríamos por nada la gracia de tenerlo»

FUENTE: RELIGION EN LIBERTAD - ACDP

En la lápida se puede leer su epitafio: “Gracias, Gabriel, por ser nuestro mayor regalo”. Gabriel Molas nació en mayo de 2021, en Pamplona, y vivió 36 días. Sus padres, Mercedes Barroso y Sergi Molas, celebran hoy la feliz paradoja de haber acompañado al pequeño, que nació con una cuenta atrás hacia el cielo. “Con Gabriel –asegura su madre–, Dios me ha regalado el mayor don, la mejor experiencia de mi vida”.

Molas y Barroso viven en la capital navarra y tienen ocho hijos: Santiago, Elena, Daniel, Isabel, Ana, Carmen, Javier y Gabriel, “el grande”. “Ya me sentía mimado por Dios con los primeros siete, pero con Gabriel he notado especialmente que Él está muy empeñado en que vayamos al cielo”, confiesa su padre.

Barroso recuerda el momento en que supo que algo no iba según lo previsto.

"En la ecografía de las veinte semanas, me di cuenta de que el ginecólogo estaba más rato de lo normal", explica. El médico advirtió varios indicadores de un síndrome, y envió la prueba a Madrid para identificar cuál era. “Se me heló el cuerpo, Sergi se la pegó con el coche; estábamos como atontados”, rememora. La cuenta atrás fue como un viacrucis; once días en los que fueron aceptando que su hijo estaba enfermo. “Habíamos visto todos los testimonios en internet sobre estos temas, y nos decíamos: `Cuidar de Gabriel nos unirá aún más´”. Entonces llegó el mazazo.

Su madre guarda silencio, su padre retoma el relato: “Nos dijeron que no era compatible con la vida”. Molas explica cómo rezaban en aquel momento, pidiendo a Dios un milagro: “Cúrale, pero si lo mejor para Gabriel no es estar sano, que sea lo menos posible. Y si para ir al cielo tiene que ir al peor escenario posible, que queramos lo que Tú quieres, porque no nos sale”. También recuerda la promesa que le hizo a su hijo: “Gabriel, te vamos a querer todos los días de tu vida”.

Su mujer explica que cuando les dieron la noticia, pensó: “Dios me ha demostrado tantas veces que es un padre bueno… ¿Por qué no pruebo a darle las gracias por adelantado?”.

“En aquel momento sentía que se me partía el alma, pero nos recogimos, yo dejé un charco de mocos y lágrimas, y pudimos -con la gracia de Dios- empezar a bendecirle y darle gracias”, explica Barroso. Con todo, matiza: “Entonces di las gracias un poco de mentirijilla, con la boca pequeña, pero a Dios le bastó; a partir de ahí nos cogió en brazos -a mí, a Gabriel, a Sergi, a mis hijos- y no ha dejado de hacer maravillas en nuestra vida”.

Hoy, asegura, ha entendido que todo comenzó “con este acto de entrega y alabanza, de aceptación de su voluntad”, y dice con alegría que “ya hace tiempo que llegó el día en que le pude dar a Dios las gracias de verdad, con la boca grande”.

“Un regalo lo cuidas y lo agradeces”

Siguieron adelante con el embarazo. “En ningún momento nos planteamos… O sea, un hijo es un regalo, ¿no? Y los regalos los cuidas, agradeces y compartes, pero no piensas `Ah, como este regalo no me va a durar setenta años, me lo cargo´”, ironiza Molas. Cuando llegó el momento del parto, en la Clínica Universidad de Navarra, cuentan que sintieron a los médicos y enfermeras como parte de su familia.

A pesar de las restricciones impuestas por el coronavirus, Molas pudo acceder al quirófano. Sonaba Gabriel’s Oboe, y él sostenía con cuidado una jeringuilla con agua bendita. “Con ella pude bautizar a Gabriel, porque podía ser que solo viviera unos minutos; cuando se estabilizó, concluimos el rito con el capellán de la clínica, en la habitación, y aprovechamos para confirmarle”, cuenta.

Cuando llegaron a su casa desde la clínica, la calle era una fiesta. “Una tía de Gabriel había diseñado polos personalizados, todo estaba lleno de globos y flores… alguno preguntaba: `¿Qué está pasando? Este niño se va a morir en unos días ¡y aquí nunca ha habido una fiesta de cumpleaños así!´”, relatan con una sonrisa. “Creo que Gabriel se lo pasó bien los días que estuvo en casa, que se divirtió”, concluye Molas.

“Fueron días dulces”, añade ella, y asegura: “No cambio nada por la gracia tan grande de haber podido tener a Gabriel en mis brazos esos 36 días”. Fue un tiempo –recuerdan– en que el bebé iba de brazo en brazo, y se organizó un “tren” de comidas preparadas. “Sentíamos mucho el amor de Dios, a través de los amigos que venían aquí a acompañarnos y que rezaban por nosotros”, señalan.

“Sabíamos que Dios nos decía `No voy a cambiar mis planes, porque son los mejores, pero sé que esto os duele´, y sabíamos que era Él quien más estaba sufriendo por Gabriel y por nosotros, más que nosotros mismos”, destaca Molas. En el amor de sus amigos, la comunión de los santos, vieron la forma en la que el Señor los acompañaba día a día. “Lo decimos en el Padrenuestro, `Danos hoy nuestro pan de cada día´, ¿verdad? No decimos `Danos hoy nuestro pan del mes, y ya si eso lo congelo´”, bromea.