Mártires del egoísmo

FUENTE: EL DEBATE - ALFONSO USIA
 
Mártires del egoísmo y del crimen autorizado. Leo con tristeza y asombro un gran trabajo en El Debate firmado por Clara González. En España, más del 83 % de los bebés con síndrome de Down, son eliminados antes de nacer. Eliminados, abatidos sin posibilidad de defenderse, simplemente asesinados. Superamos en España la media de los «nasciturus» con trisomía abortados en el sur de Europa, un 72 %. En las sociedades nórdicas, matan a la mitad de los «down» detectados, un 51 %, y en la Europa del Este, un 38 %. Se trata de un genocidio en el que colaboran los políticos, los médicos y los padres sin moral ni compasión. No saben lo que se pierden. El gran cinismo de la modernidad. Se impulsa con palabras huecas y presupuestos sin objetivos la supuesta integración en la sociedad de personas con discapacidad intelectual, y se recomienda simultáneamente como buena y positiva la decisión de no permitirles nacer. Lo repito de nuevo. No saben lo que se pierden.
No conozco a ninguna mujer que haya experimentado el dolor de una preocupante noticia durante su embarazo y demostrado su valentía aceptando la realidad, que se haya arrepentido. Los niños con síndrome de Down están incapacitados parcialmente, como todo el resto de los seres humanos. Picasso fue un genio de la Pintura, pero estaba incapacitado para amar. Beethoven fue un genio de la música, pero estaba incapacitado para oír las maravillas que creaba. Neruda fue un genio de la poesía, pero despreció y abandonó a una hija que nació sin el esplendor intelectual que él exigía. Fue un gran poeta y un gran canalla. E insisto en lo mismo. No saben lo que se pierden, ni lo que se perdieron, ni lo que se perderán los que adopten la medida de no dejarles vivir, ni conocerlos.
Cuando en una familia nace un bebé con síndrome de Down, desaparece el egoísmo. Ese niño, o esa niña, actúan de pacificadores y reconciliadores de toda distancia establecida por el natural egoísmo humano. Ellos son los que unen con más fuerza a sus abuelos, a sus padres y sus hermanos. Tengo un sobrino, Pepe, con síndrome de Down, y puedo asegurar que su familia ha recuperado la alegría después de una larga tristeza, gracias a él. Y tengo muchos amigos con hijos en la misma situación que no concebirían el concepto de la felicidad vital si les faltara ese miembro fundamental en sus casas. Recuérdese el caso de Pablo Pineda, que se licenció en una carrera Universitaria, participó en una película y ganó una Concha de Plata en el Festival de San Sebastián. He vivido más de cuarenta años con un vecino con síndrome de Down. Su Ángel de la Guarda terminó agotado. Recogía portal a portal, con anterioridad a ser distribuidas entre los vecinos, las Guías telefónicas. Subía y bajaba con cinco de ellas bajo el brazo. Las almacenaba en un trastero y las vendía al peso. Siempre que se representaba una obra teatral o una revista con diálogos y escenas picantes, allí estaba él, disfrutando con sus fantasías. Mi sobrino Pepe es divertido, agudo, cariñoso y madridista a muerte. Es un incapacitado parcial. Como yo, que estoy incapacitado para hablar por teléfono con naturalidad, para distinguir a un chino de un japonés – recelo de uno y del otro-, para culminar cualquier operación matemática por sencilla que sea, para cocinar un huevo frito, y para leer el Ulises de Joyce, El Lobo Estepario de Hesse, o una chorrada de Almudena Grandes, que en paz descanse. No estoy capacitado por disfrutar con el Jazz ni para aguantar despierto un pase de «Viridiana». No me siento capacitado para escribir con más bondad y tolerancia, y mi incapacidad dura ya cincuenta años. Los «down» alertan la atención, aumentan el amor y unen a los desunidos. Es decir, que están capacitadísimos para vivir, para alegrar, para amar y para ser amados. En donde están, son imprescindibles.
Y muchos de ellos, tienen un desarrollado sentido de la picardía y del humor. Que Dios bendiga a los pocos que les permiten nacer. Y perdone a los que asesinan sus futuros.