El acto sexual

Somos cristianos, y en el tema de las relaciones entre el hombre y la mujer, tenemos una sabiduría especial que podemos trasmitir a nuestros hijos y a otras personas. En realidad, esta sabiduría es común a la que siempre ha existido entre muchos no cristianos, pues viene de la realidad natural de las cosas, de cómo estamos hechos los seres humanos. Sin embargo, en el siglo XX, especialmente en los países occidentales o más desarrollados, esta sabiduría se perdió casi por completo.

Durante milenios, en nuestra cultura y en las otras, las relaciones sexuales en las que el hombre y la mujer unen sus cuerpos de forma plena, y que dan lugar al embarazo y la vida de los hijos, han estado totalmente ligadas al matrimonio, es decir, a la unión del hombre y la mujer, que se entregan el uno al otro por amor y para siempre. Es lógico, natural, que el acto sexual esté unido al matrimonio, porque es en esa unión del hombre y la mujer donde los hijos pueden sentirse protegidos, queridos, ser educados y enseñados. El mejor ambiente para los niños es una familia estable, con un padre y una madre que se aman de verdad y para siempre. Ellos necesitan y merecen eso.

Por otra parte, también es lógico y natural que el acto sexual sea propio del matrimonio, por lo que son en sí mismas las relaciones sexuales plenas, el acto de amor. Son un signo, una expresión. Los signos son muy importantes, vitales para el ser humano. Las personas humanas somos unos seres muy particulares, porque vivimos en una unidad de cuerpo y alma. Eso significa que vivimos "a caballo" entre dos mundos muy distintos: el corporal y el espiritual, o el de la materia y las ideas. Los signos posibilitan esta peculiar vida, porque tienden puentes entre ambos mundos. Por ejemplo, el signo de un semáforo nos trasmite la idea de que podemos pasar o no, y eso nos ayuda en nuestra vida material al conducir un coche. Un apretón de manos indica confianza. Un beso en la boca es expresión de amor sexual entre el hombre y la mujer, incluye admitir a la otra persona a una intimidad corporal a la que no se admite a nadie más. Y el signo por antonomasia, que es una entrega corporal total, en desnudez, del hombre y la mujer, con la posibilidad de tener hijos, es un signo de un amor exclusivo y permanente. Esa entrega plena no es sólo de los cuerpos, sino que incluye a toda la persona; por eso el acto sexual es la expresión del amor de los esposos. 

Ese significado del acto sexual como expresión de amor de los esposos es, por tanto, algo natural, esencial. El acto sexual es eso en sí mismo, no es algo que podamos modificar, lo mismo que no podemos modificar la naturaleza de nuestro cuerpo. Nuestras manos están hechas para coger, para agarrar, para tocar, para acariciar... Si las usamos así, estarán sanas y nos durarán toda la vida. Pero nuestras manos no están hechas para dar puñetazos, y eso no lo podemos cambiar. Si nos dedicamos a dar puñetazos todos los días, nos estropearemos las manos, y ya no nos servirán para su función natural. Eso mismo pasa con todo: si usamos mal nuestra sexualidad, como si fuera lo que no es, nos hacemos daño a nosotros mismos y a la otra persona.

La sexualidad es placentera, pero no es para el placer, no es para jugar con nosotros mismos ni para jugar con otras personas. El acto de amor sexual es la expresión del amor exclusivo de los esposos, para tener hijos y hacer una familia. Esta sabiduría ha estado muy clara durante miles de años, y sigue clara en algunos pueblos y culturas. Por ejemplo, sigue muy viva en la cultura gitana; los gitanos siguen manteniendo la idea de que las relaciones sexuales son para el matrimonio y los hijos. 

Es más, esto se mantuvo durante milenios por el simple hecho de que si no, la mujer se quedaba embarazada, y tenía que sacar adelante un hijo sin tener el apoyo de un marido. O bien el hombre, si era una persona íntegra, al dejar embarazada a una mujer quedaba comprometido a ocuparse de ella y su hijo de por vida. En definitiva, la posibilidad de embarazo hacía muy difícil desviar la sexualidad de su función natural.

Esa misma ha sido la razón por la que la sabiduría sobre la sexualidad se ha perdido en Occidente, en los países desarrollados primero. Con la aparición y extensión de los anticonceptivos, la píldora y el preservativo, se hizo posible tener relaciones sexuales sin esperar un hijo. Eso trajo la llamada "revolución sexual", acompañada de mucha promoción. En muchas películas, se ve cómo un hombre y una mujer se conocen, se gustan y se van a la cama. Al acto sexual se le ha quitado artificialmente la posibilidad de tener hijos. Eso permite usarlo para "jugar", sin pretender formar una familia. Pero los anticonceptivos no cambian la realidad y la naturaleza de las cosas.

Esa pérdida de sabiduría ancestral y natural produce la mayor parte del sufrimiento y la infelicidad que sufrimos los occidentales. El amor verdadero del hombre y la mujer está en el fundamento de la Creación. Dios nos creó a su imagen y semejanza, hombres y mujeres, y puso en nosotros esa llamada al amor y a la procreación. Ese misterio del amor lo creó unido al misterio de la vida, de forma que el amor es fecundo y participa en engendrar un nuevo ser humano. Es algo impresionante, milagroso, sobrenatural. Cada nuevo ser humano es engendrado en su cuerpo por el padre y la madre, y Dios infunde en él un alma humana, a cada uno. Corromper ese misterio, profanar el santuario del amor fecundo, es un daño enorme a las personas y a toda la sociedad, es atacar a los fundamentos de las relaciones humanas. 

El acto de amor de los esposos, abierto a la vida, es una alabanza natural a Dios, al Dios del amor y de la vida. Fue Dios quien nos creó,y "vio que todo era muy bueno", quien dijo en el Génesis que el hombre "se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne", palabras que repitió Jesús al hablar del matrimonio. Fue Dios quien mandó: "creced y multiplicaos". Tobías y Sara, en la noche de bodas, antes de acostarse juntos, oran y alaban al Creador. San Pablo, ya en el Nuevo Testamento, hablando del hombre y la mujer, dice: "gran misterio es este", con lo que nos hace ver que está en el fundamento de la vida humana, de la Creación entera. Si el pecado corrompió la Creación entera, haciendo que el hombre se avergonzara de su desnudez, el acto sexual de los esposos pone de manifiesto la restauración, que nos recuerda que no todo está perdido, que hay una esperanza, que el hombre y la mujer pueden dar gloria a Dios y participar en su acción creadora, y que al final vence el bien, la verdad, la belleza; vencen el amor y la vida, porque Cristo ha vencido. En el acto sexual, el hombre y la mujer, unidos como esposos, pueden recuperar su desnudez original y expresar ese misterio en el que ambos se hacen "una sola carne". Por eso, el enemigo de la naturaleza humana, que es el diablo, el "separador", no soporta el acto sexual, porque es una alabanza al Dios del amor y de la vida, en el altar natural que es el lecho de los esposos, el "tálamo". Trata de pervertirlo y corromperlo por todos los medios. Lo hace mediante la promiscuidad, la pornografía, la prostitución, los actos homosexuales, la anticoncepción, el aborto, los abusos sexuales, el adulterio, el divorcio, etc. Todo esto proviene actualmente de una sola causa o es muy facilitado por ella: olvidar el significado y la realidad de la unión sexual entre el hombre y la mujer. Sor Lucía, la vidente de Fátima, escribió desde su convento al cardenal Carlo Caffarra: "La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de lafamilia”.

El conocimiento profundo del sentido de la sexualidad es un tesoro especialmente para los jóvenes. Marca la diferencia entre vivir con un sentido profundo, preparándose y pensando en conocer pareja para formar una familia, y desarrollar un noviazgo provechoso de conocimiento mutuo, o mariposear sin sentido buscando meras "experiencias" que son dañinas y a menudo acaban siendo traumáticas. 

Este 25 de Julio. fiesta de Santiago Apóstol, se cumplen los 50 años de una encíclica profética: la Humanae Vitae de Pablo VI, que próximamente será canonizado. En ella advirtió de todos los males que se derivarían si la mentalidad anticonceptiva se extendía, y con ella el olvido de lo que es realmente el acto sexual. Sus predicciones se han cumplido al pie de la letra, desde la destrucción de la familia con el divorcio, hasta la ideología de género, pasando por la cosificación de la mujer. Hoy, esa sabiduría ancestral y cristiana sobre la sexualidad es patrimonio de minorías, especialmente de jóvenes cristianos, pero es liberadora frente a la perdida de sentido de la vida y de la familia que están sufriendo la sociedad y las personas. Y cuanto más se oscurece la sociedad y más sufren las personas por esta causa, más valioso es este tesoro vital que la Iglesia custodia, y que los cristianos podemos trasmitir a nuestros hijos y a otras personas.

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