Cardenal Müller: «Ningún médico tiene derecho a decidir sobre la vida y la muerte de otro ser humano»

FUENTE: INFOVATICANA

“La concepción ateo-evolucionista del hombre y el aborto”

La concepción del hombre que proviene del pensamiento “cristiano-humanista” debe ser sustituida por otra concepción, del pensamiento “ateo-evolucionista”. Esta nueva concepción se basa en el dualismo, en la separación entre cuerpo y espíritu. El cuerpo se considera como una cosa, como un objeto jurídico, de modo que el hombre se convierte en sujeto de derecho solo cuando posee una mente; solo entonces el hombre se convierte en sujeto de derecho y puede tener derechos, especialmente derechos humanos. Esta división del ser humano en objeto y sujeto jurídico tiene consecuencias para el derecho a la vida, y estas consecuencias deben considerarse como un cambio de paradigma en la visión de la vida humana. Ya no es el ser humano como tal el que está protegido por la ley, sino solo el espíritu humano, que se manifiesta en la autorreflexión y la autodeterminación formal. Nos gustaría discutir estos cambios antropológicos y, en particular, reflexionar sobre las consecuencias legales de abortar a las personas no nacidas, que solo son descritas como un “grupo de células” o “tejido de embarazo” por la concepción ateo-evolucionista del hombre. Le pedimos al cardenal Gerhard Ludwig Müller, a quien el papa Francisco describió recientemente como un “maestro de la doctrina católica”, sus comentarios.

La concepción ateo-evolucionista del hombre se basa en el dualismo del cuerpo y la mente. ¿Es esta concepción aceptable desde el punto de vista cristiano?

 

El dualismo estricto de la mente como cosa pensante (res cogitans) y el cuerpo como cosa extendida (res extensa) se remonta en esta forma al filósofo francés René Descartes, aunque este no se consideraba ateo e incluso presentó una impresionante prueba de la existencia de Dios (derivada de la idea de un ser perfecto e infinito en la conciencia del hombre). Solo los materialistas de la Ilustración, como el barón de Holbach, Helvétius o La Mettrie, redujeron al hombre a la materia. El hombre, como recordaban, no es más que una máquina que puede explicarse plenamente por las leyes de la mecánica. O bien el hombre no es más que la suma de sus condiciones sociales, como decían Comte y Marx, y debe ser mejorado para convertirse en un “hombre nuevo”. El ateísmo que subyace a la crítica de la religión en los siglos XIX y XX por parte de Max Stirner y Feuerbach, junto con el evolucionismo darwiniano, ya no reconoce ninguna diferencia esencial entre los animales y los humanos. En cuanto a Nietzsche, considera que el hombre es “el animal que aún no se ha determinado” y del que solo unos pocos ejemplares han evolucionado hasta convertirse en “el hombre superior”, mientras que la gran masa constituye un “excedente de personas inadaptadas, enfermas, degeneradas, lisiadas, necesariamente sufrientes”.

En su libro Más allá del bien y del mal (cf. §62), Nietzsche -el filósofo del nihilismo y heraldo de la “muerte de Dios”, que los eugenistas y racistas del siglo XX reivindicaron, con razón o sin ella, como suya- culpa al cristianismo del “deterioro de la raza europea”, porque convierte la debilidad en fuerza y sustituye el desprecio por los que sufren por la compasión que les corresponde. Para el filósofo, el hombre no es más que el estadio intermedio entre el animal y el futuro “superhombre”, querido por él. El transhumanismo actual, o posthumanismo, sigue el canto de sirena de su loco profeta: “¡Hombres superiores! Ahora solo dará a luz la montaña del futuro humano. Dios ha muerto: ahora queremos que el superhombre viva”. (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra). Esta visión encuentra un oído complaciente en la actual élite globalista, que se permite todos los privilegios e incluso decreta la reducción drástica de las masas que constituyen la humanidad -llamadas “plebe” por Nietzsche- y reserva para los supervivientes el destino de rumiantes (cfr. Klaus Schwab y Thierry Malleret, The Great Reset). “Sin embargo, mientras que la igualdad ante Dios era lo que estimulaba el esfuerzo, la igualdad de los ‘últimos hombres’ es una mera igualdad de comodidad, porque ya no hay nada que valga la pena conseguir y no hay nadie que lo exija” (Herfried Münkler, Marx – Wagner – Nietzsche. Welt im Umbruch). Es precisamente aquí donde se encuentra la línea divisoria entre la visión del hombre como imagen y semejanza de Dios (Génesis 1,27; Salmo 8,6; Romanos 8,29) y la reducción naturalista del hombre al producto aleatorio de la evolución, la sociología y el hombre enriquecido por la ingeniería genética como futuro ser híbrido entre organismo biológico e inteligencia artificial, el homúnculo o cyborg. Para los cristianos, en cambio, lo que cuenta es la verdad revelada sobre el hombre: “La creación misma [será] liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8,21).

¿Es éticamente justificable llamar “cosa” u “objeto” a una criatura de Dios -que también es el niño por nacer-, y disfrazar esta cualidad de la criatura de Dios utilizando términos como “grupo de células” o “tejido del embarazo”, obviamente para evitar que el público descubra toda la verdad?

Todo ser humano debe su verdadera existencia física a haber sido engendrado y concebido por su padre y su madre. Los padres no producen un tejido que luego sufre accidentalmente algún tipo de transformación en una existencia humana. Desde el principio de la concepción, cada ser humano tiene un ADN que es la base física de su identidad personal. Todo ser humano, como persona de naturaleza espiritual y física, está previsto por Dios desde toda la eternidad, amado y destinado a una comunión salvadora sin fin con Él; “porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo…” (Romanos 8,29).

De acuerdo con la concepción del hombre que ahora tiende a prevalecer, el embarazo es visto como una enfermedad, de lo contrario no se puede entender el término “salud reproductiva” como sinónimo de aborto. ¿Se puede considerar el embarazo como una enfermedad y, por tanto, el aborto como un medio para restablecer la salud?

El embarazo no es más que la simbiosis carnal de un niño concebido por un padre y una madre, siendo esta última -y destinada a seguir siendo- su madre hasta la muerte. El embarazo proporciona al niño la cuna de la vida y el crecimiento hasta que nace en el parto. La enfermedad, por el contrario, es una restricción y amenaza para la vida, las funciones corporales o la integridad mental y espiritual. La concepción de un niño, el embarazo, el parto, el cuidado del bebé, la alimentación con leche materna, los besos y las lágrimas de la madre, la preocupación por el crecimiento saludable del niño, son solo un incidente que podría afectar a la funcionalidad de un “producto técnico”. La procreación de un nuevo ser humano en el seno materno no es la reproducción de un objeto de disfrute o utilidad, sino una participación de los padres en el plan de creación y salvación de Dios. Jesús, el Hijo de Dios, trajo a los niños a sí mismo para bendecirlos y recomendárnoslos en su sencillez e integridad como ejemplos de nuestra infancia en Dios (Mateo 18,1-4). Es, pues, el prototipo de la benevolencia de Dios hacia los niños. Nos hace reflexionar cuando dice: “La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre” (Juan 16,21).

La sexualidad suele estar desvinculada de la procreación del ser humano y, por tanto, parece servir no a la continuidad de la sociedad sino a la propia búsqueda de placer del hombre. En este contexto, el embarazo se vive como un obstáculo para esta búsqueda de placer. ¿Puede considerarse entonces esta “deficiencia” como una enfermedad?

 

No todas las uniones sexuales entre un hombre y una mujer dan lugar a un embarazo. Pero no debe haber una separación fundamental entre la unión sexual y la fecundación. El “deseo sexual” no puede utilizarse -aparte del amor- como un fármaco contra la experiencia del sinsentido de la vida o como un medio para aumentar (o mancillar) la autoestima. El matrimonio es una unión integral de marido y mujer en el amor, que lleva a ambos miembros de la pareja más allá de sí mismos a la experiencia del amor incondicional de Dios, que es nuestra felicidad eterna. Como dice santo Tomás, “el acto conyugal es meritorio en vista de la recompensa de la vida eterna, y sin ninguna falta, grave o leve, si se regula para engendrar hijos y educarlos para el culto” (Comentario a la Primera Carta a los Corintios, cap. 7), incluso en el caso de que, independientemente de la intención de los cónyuges, este acto conyugal no dé lugar a la creación de una nueva persona humana.

Según la concepción predominante del hombre, el ser humano no nacido es visto como una cosa. ¿Puede esta calificación jurídica justificar la posibilidad de suprimirlo hasta el último segundo del embarazo, sin que sea un homicidio?

Una cosa es un ser inanimado como un libro, un coche o un ordenador. Por otro lado, el ser humano en estado embrionario ya es un ser vivo, con órganos que le permiten pensar y actuar de forma verdaderamente humana. Una mujer no da a luz a una cosa, sino a un hijo que espera abrazar sano y vivo. Buscar un argumento contra esta forma inhumana de describir al niño en el vientre materno es superfluo, ya que la humanidad del niño en el vientre materno es obvia, y su negación representa la justificación del crimen más atroz contra la vida. Declarar que un niño en el vientre materno es una cosa es tan perverso como reducir a los seres humanos a esclavos y luego, para justificar este horrible crimen contra la humanidad, considerarlos como “cosas”.

En el verano de 2021, el Parlamento europeo aprobó un informe -el informe Matic- que pide que el aborto sea considerado un derecho humano. ¿Cree que la negativa a respetar este supuesto derecho humano recién inventado pueda dar lugar a sanciones civiles o penales?

Cuando estos ateos y agnósticos neopaganos hablan de derechos humanos y de valores europeos, admiten a regañadientes que hay criterios éticos. Incluso si, en su desorientación metafísica debida a la pérdida de la fe en un Dios todopoderoso, nuestro creador y juez incorruptible de las buenas y malas acciones, rechazan las normas morales objetivas y universalmente vinculantes, deben reconocer, no obstante, la regla ética mínima de que existe un límite a la autodeterminación sobre los cuerpos y las vidas de los demás. Porque quien crea que los poderosos, los sanos y los ricos tienen más derecho a la vida que los débiles, los enfermos y los pobres está siguiendo los pasos del darwinismo social que se cobró millones de víctimas debido a las ideologías políticas que surgieron en el siglo XX. Por tanto, no deben limitarse a invocar su antifascismo y su antiestalinismo. También deben renunciar a sus principios inhumanos de pensamiento y acción. A pesar de las llamadas a la emancipación del Decálogo, a pesar de las decisiones parlamentarias adoptadas por una mayoría, a pesar de la evolución de los sentimientos de la población, es la ley moral natural la que debe aplicarse, la que brilla en la razón y en la conciencia de cada ser humano. Los que tratan la vida de los demás con esa frivolidad criminal ponen el grito en el cielo cuando -como se puede ver en los juicios por crímenes de guerra- ellos mismos están implicados.

 

En la constitución Gaudium et spes, el Concilio Vaticano II exigió el respeto de la persona humana con estas palabras: “Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma de cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro. En nuestra época principalmente urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. (Mt 25,40). No sólo esto. Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (Vaticano II, Gaudium et Spes, 27).

¿Se puede privar a un médico de su derecho a negarse, en nombre de su conciencia moral, a matar a un ser humano no nacido?

Obligar a una persona a actuar en contra de su conciencia es en sí mismo inmoral. Sancionarle por ello es un signo seguro de perversión de la justicia en una estructura totalitaria que ya no puede pretender ser un Estado de derecho, aunque siga teniendo la apariencia de una democracia en términos puramente formales.

¿Puede equipararse la negativa de un médico a quitar una vida no nacida con la “violencia de género contra la mujer”, como pretende la concepción ateo-evolucionista del hombre?

El aborto es una violencia contra la mujer como madre, así como contra su hijo, sea niña o niño.

¿Es compatible con nuestro ordenamiento jurídico que cualquier hospital, incluido un hospital católico, deba realizar abortos?

Lo que es éticamente incorrecto no puede ser declarado correcto de forma arbitraria y positivista.

En caso de embarazo, los derechos fundamentales de la madre y del niño por nacer pueden entrar en conflicto si la vida de la madre corre peligro por el embarazo. En este caso, ¿deben sopesarse los intereses de la vida de la madre frente a los del niño no nacido?

Ningún médico tiene derecho a decidir sobre la vida y la muerte de otro ser humano. Por el contrario, su trabajo es salvar vidas. En un caso extremo, cuando solo se puede salvar una vida a costa de otra, nadie puede decidir desde fuera. Aquí es donde entra la lógica del Evangelio, que “no hay mayor amor que dar la vida por los que se ama”. (Juan 15,13). Sé de mujeres que, en tales circunstancias, han arriesgado su vida por su hijo y no han sobrevivido. También sé de otros que sobrevivieron a pesar de las predicciones de los médicos en sentido contrario y que hoy dan gracias a Dios por esa gracia.

Está previsto que los abortos, sea cual sea el motivo, se incluyan en la lista de servicios cubiertos por las mutuas. ¿Podemos esperar que los asegurados paguen los abortos no indicados médicamente que se realizan como medio anticonceptivo?

Desde el punto de vista de la ley moral natural y de la imagen cristiana del hombre, hay que rechazar incondicionalmente la participación obligatoria en cualquier forma de aborto, eutanasia y otras formas de eliminar una supuesta “vida que ya no merece la pena”. Por supuesto, es un hecho que en las dictaduras totalitarias, así como en los Estados del “Occidente democrático”, ciertos grupos ideológicos -incluso partidos con representación parlamentaria- obligan a los ciudadanos a cooperar económicamente en el asesinato de personas inocentes. Los cristianos suelen ser difamados públicamente, perjudicados e incluso perseguidos por ello.

El informe Matic, como tal, no tiene consecuencias jurídicas, ya que el Parlamento europeo no tiene competencias legislativas sobre el derecho al aborto. Sin embargo, el informe no deja de influir en el discurso político. En particular, ¿refleja lo que debemos considerar ahora como valores europeos, con la perspectiva, como ya ha pedido el presidente Macron, de una futura modificación de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE?

Exigir que se reconozca el aborto como un derecho humano va más allá del cinismo. Esto es lo que le dirá el papa Francisco al presidente francés, que se hace pasar públicamente por su amigo.

Entrevista de Lothar C. Riling, publicada el 16 de marzo de 2022 en el portal alemán kath.net

Traducción de Verbum Caro para InfoVaticana