Los intentos de suicidio juvenil desbordan los servicios de salud mental

FUENTE: ABC

Detrás de un suicidio juvenil casi siempre hay «un rastro de miguitas», ilustra el decano de los psicólogos de Madrid, José Antonio Luengo. Sin embargo, a los jóvenes no se les está brindando toda la ayuda que necesitan. «No se están destinando suficientes recursos, hay que decirlo claramente», asegura, en una opinión compartida por otros expertos consultados por ABC. Los suicidios en menores de 15 años se han triplicado de 2019 a 2021 –de 7 a 22 casos–, pero en las unidades psiquiátricas juveniles hay lista de espera. Por norma no hay psicólogos clínicos en los colegios y tan solo el 44% de los jóvenes con conductas suicidas recibe tratamiento psicológico, según los datos de la Fundación ANAR.

El caso de las hermanas de Sallent (Barcelona) de 12 años, una de las cuales murió y otra está en estado grave tras intentar acabar con su vida el pasado martes, ha puesto de relieve los crecientes problemas de salud mental a los que se están enfrentando los jóvenes, disparados tras la pandemia.

Viven en una «soledad acompañada». Así define el doctor en Psicología Benjamín Ballesteros, director de programas de la Fundación ANAR, el sentimiento que aparece en estos adolescentes con pensamientos suicidas. «Sienten que están rodeados de adultos pero son incapaces de expresarse emocionalmente, incapaces de verbalizar el problema que les quita el sueño y para el que no vislumbran solución», señala en declaraciones a ABC.

Desde esta organización sin ánimo de lucro que ayuda a niños y adolescentes impulsaron el mayor estudio longitudinal sobre menores en riesgo de suicidio (9.736 casos durante una década, de 2012 a 2022). Los resultados del informe hicieron saltar las alarmas. Entre 2012 y 2022, los casos atendidos por ideación suicida se multiplicaron por 23,7 y los intentos de suicidio por 25,9. «Son datos enormemente preocupantes», señala Ballesteros, que los vincula a «los problemas graves de violencia y de salud mental que están sufriendo los niños y, sobre todo, los adolescentes desde la pandemia».

Sin capacidad

El doctor Manuel Martín Carrasco, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM), tiene claro que el problema se ha agravado tras el coronavirus. Se ha traducido en un mayor índice de suicidios y de atención en urgencias por conductas que a veces son suicidas y otras se relacionan con la autolesión. «Son datos que se ven claramente», dice. «La capacidad del sistema de responder a estas necesidades es baja. Ya lo era antes, pero ahora más con este aumento de la demanda»

Encuesta tras encuesta, todas dicen lo mismo: la salud mental de los jóvenes está empeorando a marchas forzadas. El último barómetro de la FAD, con datos de 2021 y una muestra de 1.500 jóvenes de entre 15 y 29 años, mostraba que aquellos que reconocen tener problemas de salud mental con mucha frecuencia han pasado del 6,2% en 2017 al 15,9% en 2021. La depresión y los trastornos por ansiedad son los diagnósticos más frecuentes. Y uno de cada tres (35,4%) había experimentado ideas suicidas al menos una vez o con cierta frecuencia en el último año, mientras que un 8,9% los había experimentado continuamente o con mucha frecuencia. Solo dos años antes ese porcentaje era del 5,8%.

024 Teléfono para la prevención del suicidio

«Ya teníamos un problema antes de la pandemia», refrenda Luengo, pero la crisis sanitaria ha catalizado muchos procesos de vulnerabilidad. «Si además incorporamos el ingrediente dramático de la violencia autodirigida, ya sea en autolesión o en intentos de suicidio, es lógico que digamos que tenemos que estar preocupados».

Trastornos de identidad

Pero, ¿a qué se enfrenta esta generación para que aflore una crisis de salud mental? La causa no es única, pero Martín Carrasco y Luengo coinciden al señalar un concepto: la 'sociedad líquida' en la que vivimos, esa en la que todo cambia, todo es relativo. Carecer de referentes estables está dificultando la construcción de la identidad personal, social y sexual de los adolescentes.

«Hay un incremento de los problemas relacionados con la identidad. Se ve en el aumento de los trastornos de personalidad límite, que tienen una serie de características: conflictividad, escasa tolerancia a la frustración, conductas de apego emocional o desapego muy violentas y muy rápidas, inestabilidad emocional…», cuenta el psiquiatra. Estos rasgos, que podían ser propios de etapas de la vida como la adolescencia, «parece que se han instalado socialmente en edades mucho más avanzadas», ejemplifica Martín Carrasco. «Al final, se observa una crisis de las referencias».

La última generación y media, acota el decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, ha sumado además una transformación en las relaciones familiares, con «menos tiempo de calidad», cambios educativos y un acceso sin control a la red. Y todo ello tiene «efectos indeseados». Si el adolescente no se siente vinculado con nada, no ha creado sólidos lazos familiares, si se mira al espejo y no se gusta, si su identidad sexual, personal o social está «agrietada», «la sensación de dolor y sufrimiento aparece», apunta el psicólogo.

Esta crisis hace a los jóvenes más frágiles y más dependientes a los contenidos de redes sociales, algo que puede facilitar un 'efecto contagio' de ciertos comportamientos dañinos. «Puede haber un 'efecto moda' en el pensamiento sobre el suicidio o la conducta suicida, igual que puede haber un problema en la identidad de género, ahora lo vemos al estudiar el fenómeno 'trans'», dice Martín Carrasco.

Colectivo LGTBI

El caso de las hermanas de Sallent ejemplificaría, de confirmarse las hipótesis, un caso de suicidio en un colectivo de máxima vulnerabilidad. «Entre los adolescentes hay cuatro colectivos vulnerables: los menores de diez años; los adolescentes con discapacidad, los migrantes, y los niños y adolescentes LGTBI», señala Ballesteros. «Los jóvenes que se sienten diferentes por su opción sexual y son señalados por ello son más vulnerables», apostilla el experto, quien señala la importancia de que la familia y el entorno les arropen. «El apoyo de la familia es una variable de protección importante. Es indispensable para evitar situaciones de riesgo», subraya.

Las hipótesis también apuntan en Sallent a una situación de acoso en el colegio. Es un ingrediente que se repite; los datos de ANAR indican que un 60% de las conductas suicidas atendidas se asociaron con problemas de violencia de diferentes tipos (un 25% maltrato físico y psicológico, un 21% acoso escolar o bullying, un 7,2% agresiones sexuales y un 3% violencia de género); un 27% con problemas de salud mental y el resto con otros problemas.

Prevención

Pese a que en los últimos años se han dado pasos hacia adelante, la Salud Mental infantil sigue siendo, según Ballesteros, «un gran reto para la sanidad pública». «El porcentaje de psicólogos que hay actualmente en el sistema de salud público es insuficiente, ridículo», asegura. Tampoco hay aún psiquiatras especialistas, ya que el Gobierno creó la especialidad hace menos de un año.

El experto de ANAR reclama un aumento de las inversiones para la prevención del suicidio en Salud Mental y en los recursos asistenciales. «Se da una primera asistencia a las personas que han intentado acabar con su vida pero luego no se les puede garantizar un tratamiento psicológico porque no hay recursos. Un 44% de los casos de nuestro estudio recibió tratamiento. La red pública no puede asumir estos casos porque no hay suficientes psicólogos en el sistema», explica Ballesteros. «A muchos de ellos se les trata con psicofármacos, están demasiado medicalizados cuando lo que necesitan es tratamiento psicológico inmediato con la frecuencia y duración adecuada», concluye.