La sexualidad, querida por Dios

 Dios creó el amor entre el hombre y la mujer como imagen y semejanza del propio Amor que existe en Sí mismo, en la Trinidad. Porque Dios no está solo, es comunión de Amor.

 Hombre y mujer son cuerpo y alma integrados, y por eso se aman con el alma y con el cuerpo. El acto de amor es una entrega total, entre el hombre y la mujer que se unen en comunión de amor, y eso implica un amor único, fiel, para siempre, que da como fruto una familia. Al unirse están restaurando esa unidad del Paraíso, cuando estaban desnudos y no se avergonzaban, porque ambos se miraban limpiamente, como se miran la esposa y el esposo. Esa unión sexual es querida por Dios, es una entrega total entre ambos, les une en todos los sentidos y les hace fecundos. El misterio de la vida está unido a ese misterio del amor, que también viene de Dios.

 Esa es la maravilla que Dios ha creado. En contrario, y por el pecado, del que Cristo ha venido a liberarnos entregando su vida, se da un materialismo sexual, que deshumaniza el sexo, pervierte la intención de Dios y daña a las personas y su dignidad. Además, materializar la sexualidad, dificulta vivir esa maravilla que es el matrimonio y la familia con amor fiel. Como hombre y mujer no pueden separar cuerpo y alma, la falsa entrega del cuerpo por puro placer produce heridas espirituales y heridas en el corazón que les dañan y degradan. En cambio, vivir una sexualidad con integridad les ayuda a respetarse como personas y conocerse de verdad, aparta esa dominación del hombre sobre la mujer que se produce como consecuencia del pecado, de la caída.

  
 Por eso, Dios nos advierte contra esa materialización del sexo en el sexto mandamiento: "no cometerás actos impuros", y más aún en el noveno: "no consentirás pensamientos ni deseos impuros". No lo hace parta fastidiarnos, sino para hacernos felices, porque ese camino de integridad es el que nos lleva a la verdadera felicidad y el verdadero disfrute en la unión del hombre y la mujer que Él ha querido. Querer y procurar lo mejor para uno mismo y para aquellos a quienes ama es la verdadera libertad que merece la pena, y conlleva también una renuncia a lo que nos aparta de ello. Se llama "integridad", y en materia sexual, se utiliza una palabra que se ha deformado hasta hacerla parecer algo malo o de la Edad Media -en sentido peyorativo-, cuando es bien para todos: es la "castidad", que significa "pureza", "integridad".
 

 Jesús nos dice que lo que nos contamina no es lo que entra en nosotros, sino lo que sale de nuestro corazón: "Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos". Mateo 15, 19-20. 
Y por eso Jesús, que con su Muerte y Resurrección nos da poder por la fe y los sacramentos, para liberarnos del pecado, va más allá incluso que el Antiguo Testamento y nos llama a una integridad mayor: "Habéis oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pero yo os digo: el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón". Mateo 5, 27-28.
 

 Esto no es un pensamiento de la Edad Media, como quieren hacer parecer algunos; es una enseñanza del Señor para siempre, porque sólo la verdad nos hace libres, como nos dijo Jesús.

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.

Salmo 19, 8-10

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